Si tuviéramos que pensar en dos artistas del siglo XX, que utilizaron su cuerpo como medio o “médium” para profundizar e indagar en el subconsciente, no podríamos hacer otra cosa que pensar en Francesca Woodman en lo que se refiere a la fotografía y Egon Schiele, como el gran maestro de la anatomía humana y un iniciado en la búsqueda de su esencia a través del retrato.
Es innegable que a lo largo de la carrera de estos dos artistas, el modo intimista e innovador de retratarse les hizo adquirir una dimensión distinta en su obra. Su investigación plástica, iba mucho más allá de la mera representación, aludiendo siempre a un ejercicio metafísico que ahondaba en su personalidad y que era materializado a través del espejo de la creación. Un doble juego perverso y arriesgado que podía desencadenar en el descubrimiento de una parte singular de su personalidad que aún no había sido revelada.
Quizás toda la investigación y el trabajo de estos dos artistas, fuese el resultado de la materialización de un profundo análisis psicoanalítico de su personalidad, o dicho de otro modo, un profundo ejercicio espiritual, y entiéndame lo de espiritual como la necesidad de proyectarse en el otro, algo inherente al ser humano pero no percibido por todos. También debemos recordar que en ambos artistas, su experiencia de vida fue muy intensa y muy corta, tanto Woodman como Schiele nunca llegaron a cumplir los 30 años de edad.
© Egon Schiele, Self Portrait in Crouching Position 1913. Photo: Moderna Museet / Stockholm
Precisamente en el trabajo de Francesca Woodman (1958) encontramos más de 800 fotografías en blanco y negro, donde aparece retratada en muchas de ellas, utilizando elementos cotidianos como espejos o vinilos, que le permitían adquirir otra dimensión de su reflejo o de su retrato. La velocidad de obturación y la doble exposición se hicieron sus aliados para capturar diferentes etapas de movimiento. Es precisamente la parte interesante de su trabajo, esa modificación consciente que hace la artista de lo que esta viendo en si misma. Tranformar, empatizar, encontrar, y alejarse… todo cabe en la multidisposición de un cuerpo.
En el caso de Egon Schiele (1890), con tan solo veinte años, se alejo del concepto decorativo de su mentor Klimt y comenzó a enfatizar en lo grotesco del ser humano a través de sus autorretratos. Fue uno de esos primeros artistas, que plásticamente comienzan a retratarse desde diferentes perspectivas a la luz de complejas personalidades. Quizás el trabajo de Egon Schiele no fuese otra cosa que la batalla ante el espejo, entre el artista como creador y el recipiente de una simple imagen.
Eduardo Álvarez | Madrid | 10 de Mayo 2018